martes, 23 de septiembre de 2014

Experiencias místicas del Padre Pío

Santo Padre Pío



El día 12 de agosto de 1912, experimentó por primera vez la “Llaga del Amor”. El Padre Pío le escribió a su director espiritual explicándole lo sucedido: 

“Estaba en la Iglesia haciendo mi acción de gracias después de la Santa Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego hirviendo en llamas y yo pensé que me iba a morir”.

Una Aparición de la Virgen con el Niño, la tuvo el 20 de julio de 1913. El Padre Pío la describió con estas palabras:


“Me sentí transportado por una fuerza superior a una estancia muy espaciosa, llena toda de una Luz vivísima. Sobre un alto Trono cubierto de joyas vi sentada a una Señora de rara belleza, era la Virgen Santísima, y tenía en Su regazo al Niño, que mostraba un comportamiento majestuoso, un Rostro más espléndido y luminoso que el sol. Alrededor había una gran multitud de Ángeles bajo formas también resplandecientes.”

El 5 de agosto de 1918. En gran simplicidad, el Padre le narró a su director espiritual lo sucedido:

“Yo estaba escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del 5 de agosto cuando, de repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi mente a un visitante celestial que se apareció frente a mí. En su mano llevaba algo que parecía como una lanza larga de hierro, con una punta muy aguda. Parecía que salía fuego de la punta. Vi a la persona hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude quejarme y sentí como que me moría. Le dije al muchacho que saliera del confesionario, porque me sentía muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía.”

Un poco más de un mes después de haber recibido el traspaso del corazón, el Padre Pío recibe las señas, ahora visibles, de la Pasión de Cristo. El Padre describe este fenómeno y gracia espiritual a su director por obediencia: 


“Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa y sentí poco a poco que me elevaba a una oración siempre más suave, de pronto una gran Luz me deslumbró y se me apareció Cristo que Sangraba por todas partes. De Su Cuerpo Llagado salían rayos de Luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado. Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiese muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón, que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios.”

El 15 de agosto de 1929, Fiesta de la Asunción, el Padre Pío es gratificado por una Aparición de la Virgen con el Niño mientras celebraba la Misa. Él mismo describe así el episodio:


“Esta mañana subí al Altar no sé cómo. Los dolores físicos y las penas internas parecían competir para martirizar todo mi pobre ser... A medida que me acercaba a la consumación de las Sacratísimas Especies, este violento estado aumentaba más y más. Sentía morir. Una tristeza moral me invadía por completo y creía que todo había terminado para mí: la vida del tiempo y la vida eterna... Al consumir la Hostia Santa, una Luz repentina me invadió todo por dentro y vi claramente a la Madre Celeste con el Niño en brazos y ambos me dijeron: ‘¡Tranquilízate, estamos contigo, tú nos perteneces y nosotros somos tuyos!’. Al oír esto, ya no vi nada... Durante todo el día me sentí ahogado en un mar de dulzura y de amor indescriptibles.”


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